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 El 2 de noviembre lancé una encuesta en LinkedIn sobre percepción de la magnitud de la procrastinación que afecta a los estudiantes de secundaria y universidad. La inmensa mayoría de los encuestados (un 91%) suscribe que más de la mitad de los estudiantes procrastina de manera habitual. Y nada menos que un 55% de las respuestas declara que afecta a más del 75% del alumnado. El sesgo de esta encuesta hay que darlo por descontado, pues es previsible que los más sensibles a este problema serán los que hayan querido aportar su opinión, pero aun así sigue siendo muy elocuente. Formularía la conclusión en estos términos:

Consideramos que la inmensa mayoría de los estudiantes procrastina

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La literatura “científica” al respecto viene a decir algo muy parecido. A falta de estudios más amplios, muchos apuntan a que tanto en secundaria como en la universidad las cifras superarían el 50% del alumnado afectado por una procrastinación habitual. Si bien no será igual de grave en todos los estudiantes, las cifras llegarían al 70% del alumnado.

El mundo anglosajón lo ha estudiado más y se adjudican niveles muy altos. Incluso hay quien detecta un 90% en las universidades de USA, cifra que parece increíble por astronómica. Ciertamente no se tratará de procrastinación grave crónica, pero sí frecuente. ¿Y quién creería que en países latinos como España nos dejamos ganar en este terreno? Lo que es seguro es que nos preocupa menos (de momento). Desde luego que no montamos la «semana de la procrastinación» ni cosa parecida, como sí hace, por ejemplo, Canadá.

En cambio, en el lejano oriente (China, Japón, Corea del Sur, Singapur…) las cifras caen notablemente, aunque la procrastinación siga afectando a un buen número de estudiantes (sobrepasar el 25% no puede parecer poca cosa). Esta diferencia de incidencia nos habla de los factores culturales y sociales, de los que hablaré a continuación.

En qué consiste la procrastinación

En la propia encuesta, un psicólogo aportó su impresión apuntando a lo que el juzgaba como una de las causas principales para entender el problema: la “evitación experiencial”. El tema da para muchos estudios y diferentes enfoques, pero es cierto: hay quien por no sentirse mal “ahora” renuncia a hacer lo que debería hacer, a pesar de que el truco le genere más problemas que ventajas a la postre.

La procrastinación ha sido descrita como la quintaesencia del fallo en la autorregulación (Steel, 2007). La inmadurez, la impulsividad y el perfeccionismo aparecen como ingredientes habituales en el perfil del procrastinador, que prefiere postergar la tarea para retrasar el desgrado, el disgusto o el temor que le infunde. El corto plazo manda sobre él aunque la tarea peligre por ello. Se comprende que la adolescencia y la juventud sean tiempo de prueba y maduración a este respecto.

Un ambiente proclive para la procrastinación

La escuela suele percibirse como una penosa obligación y el ambiente general de la sociedad occidental, de corte hedonista y centrada en la diversión no favorece este costoso crecimiento. En casi todo se busca lo fácil y evitar el esfuerzo. El estudiante está rodeado de una ambiente donde constantemente hay propuestas inmediatas de conexión, diversión y entretenimiento. «¡Pásalo bien! ¡Disfruta! ¡Sé feliz (ya mismo)! ¡Te lo mereces, tienes derecho!». Estos son mensajes repetidos en nuestras sociedades de consumo, así que no es de extrañar que los niveles de resistencia a la frustración estén por los suelos.

Nuestro contexto cultural y social promueve la procrastinación como un síntoma de tantos, pero de forma especialmente perjudicial para el aprendizaje y el bienestar psicológico de los estudiantes. Produce ansiedad, sentimientos de culpa y baja autoestima, minando la autoconfianza. El rendimiento académico se resiente necesariamente hasta el punto de que la procrastinación es un predictor potente de la deserción temprana, mejor que las faltas de asistencia a clase.

Algo hay que hacer en educación al respecto

Se pretende una educación en competencias hoy en día, donde los contenidos deben dejar de acaparar el protagonismo para ocuparnos también del aprender a aprender. La educación en hábito de estudio y disciplina de trabajo no se abordan de forma directa ni específica. La prueba está en que solo se evalúan los frutos, no el camino. Los exámenes son la prueba objetiva de una calificación. Pero si ese resultado se ha logrado como fruto de un estudio reposado y regular o de un empacho de las dos últimas noches no se tiene en cuenta. ¿Acaso no se podría evaluar la forma de trabajar? ¿Acaso nos lo hemos propuesto en serio? ¿O no estamos procurando pruebas «limitadas» que hacen posible este burdo engaño? Esto pasa con un concepto tergiversado de evaluación continua, cuando dejan de proponerse exámenes sobre contenidos amplios.

Evidentemente los estudiantes que mejor se organizan, con mejor disciplina para el trabajo, suelen obtener mejores calificaciones y a la inversa. Pero, ¿cómo llega un estudiante a adquirir estas habilidades? Normalmente es fruto de un autoaprendizaje marcado por la exigencia del entorno y la supervisión familiar. En entornos más exigentes se vuelve más necesario y la lucha por la supervivencia se encarga de sacar lo mejor de cada uno, como de descartar a los que se rinden o no pueden avanzar solos. Pero a un sistema educativo debería pedírsele algo mejor.

Cómo evaluar la forma de trabajo

Un buen hábito de estudio no solo es conveniente en el desarrollo de la vida académica de un estudiante, debería ser un objetivo principal. Y tiene que ver directamente con hacer lo que toca cuando toca por el tiempo que requiere cada tarea. Aunque no se reduce a esto, lo que hemos descrito se puede trabajar y se puede evaluar partiendo de una planificación adecuada. Este es el foco de la propuesta de Task & Time para abordar este reto educativo.

La procrastinación sería un síntoma obvio de que no se está adquiriendo ese hábito estudio necesario. ¿Pero cómo saber que se está haciendo lo que toca o, por el contrario, se está procrastinando? Solo si se puede contrastar la actividad real con una planificación objetiva. A partir de aquí se puede diseñar un conjunto de acciones para conocer, evaluar y entrenar la actividad del estudiante, implementándolas en un sistema de información en el que concurran estudiantes, profesores, padres e institución académica. 

Seguramente caben otras propuestas para educar en disciplina de trabajo y hábito de estudio, pero para que sean objetivables de algún modo, tendrán que involucrar la gestión del tiempo y la planificación de las tareas. Esperamos que aparezcan propuestas valiosas que lleguen a ser curriculares y que esto ocurra cuanto antes. 

Mientras tanto Task & Time ha lanzado una agenda que planifica el estudio de manera automática (Studeam), saliendo al paso de aquellos estudiantes y familias que reconocen que existe un problema con la mala gestión del tiempo y la procrastinación, y desean mejorar. Tras el estudio realizado en universitarios de la Universidad de A Coruña sabemos que su uso continuado ayuda a los estudiantes con más dificultades en estas competencias. Es una buena noticia que nos llena de ánimo y nos permite aventurar que ayudará también a los estudiantes de secundaria que tanto lo necesitan. 

En un artículo próximo desgranaré los resultados del experimento realizado en universitarios. Pero existen otras iniciativas posibles, sin recurrir a tecnología educativa, que ayudarían sin duda a reducir la procrastinación y mejorar el hábito de estudio. En mi opinión, cuanto antes empecemos a abordarlo mejor.

Luis Javier Álvarez Garrido

CEO en Task & Time